Una sola cara del nuevo clima resulta, sin embargo, visible. El resto recorre subterráneamente a todo el proceso electoral en sí mismo, y va acumulando elementos inflamables de final incierto.
VIOLENCIA EXPLICITA
La violencia explícita, visible para toda la sociedad, apareció esta semana en Lobería, protagonizada por un minúsculo grupo de productores rurales, y encauzada contra el gobernador -y candidato a diputado nacional- Daniel Scioli. Repudiable sin atenuantes, el episodio no debió sorprender, sin embargo, a sus víctimas.
Hace apenas una semana se planteaba aquí mismo si no era necesario analizar si las protestas de algunos sectores cargadas de agresividad que rodean las visitas de Scioli al interior rural desde hace un año y que se reiteraron en los recientes viajes de campaña de Néstor y Cristina Kirchner, no habían derivado en violencia abierta sólo gracias a los gigantescos operativos de seguridad que se montan en esas visitas. El propio Gobernador había sufrido algún sofocón antes de que se optara por el montaje de ese cerco.
En Lobería alcanzó con que unos pocos fisuraran el cerco para que aflorara la violenta realidad latente. Una corroboración que no debería, tampoco, inducir a creer que todos los que protestan llegarían a la agresión física si pudieran. La situación económica y social -y por qué no política, si se trata de la opinión ciudadana con relación al oficialismo- que persiste en el interior bonaerense desde el conflicto del campo con el Gobierno es lo suficientemente compleja como para remitirla a peligrosas simplificaciones. Y la violencia es siempre una sola cosa. Injustificable. Pero lo que no se debe hacer con ella es pretender ignorar dónde anida, o no darle la exacta dimensión que tiene.
UNA BATALLA ANUNCIADA
Lo cierto es que sobre ese paisaje complejo, el episodio de Lobería derivó en una batalla entre el oficialismo y la alianza que conforman el peronismo disidente y el macrismo, U-Pro.
La guerra entre esos dos sectores ya venía registrando escaramuzas. Una resolución de la justicia electoral, inhabilitando a cinco candidatas de U-Pro, fue presentada por los líderes de ese espacio con una sugerencia de "injerencia" del kirchnerismo en el proceso de oficialización de su lista. Y la existencia de un homónimo de De Narváez en la nómina de un partido chico, como una "maniobra" del oficialismo. Y ahora
Pero la batalla recién empieza. En la próxima sesión de
ESPACIO MINADO
Quizás la movida encuentre terreno fértil. Aunque difícilmente haya un estallido formal hasta después de las elecciones, U-Pro está en llamas. La "versión desperonizada" de ese espacio que intentan presentar ahora De Narváez y Macri, tal vez sirva al objetivo de sus asesores -captar a una clase media que imaginan refractaria al peronismo- pero ha generado un estallido interno que va mucho más allá de la pública bronca de Felipe Solá.
Es que la "desperonización" fue apenas un capítulo de uno de los procesos internos de definición de candidaturas más caóticos de que se tenga memoria. Esa "limpieza", para empezar, no afectó a peronistas genéticos que militan en el denarvaísmo y sí barrió en algunos distritos con aspirantes independientes. El sector, además, presentó primero ante
ORGIA DE BOLETAS
La orgía de boletas presentadas en
El oficialismo estuvo más "prolijo". Pero en términos de revulsiones internas también hizo algunas jugadas llamativas. El intendente de Presidente Perón, Aníbal Regueiro, fue uno de los primeros en adherir a la propuesta de candidatearse "testimonialmente" a concejal, pero aún así el oficialismo habilitó a presentar boleta colectora al archienemigo interno de Regueiro, el ex duhaldista Oscar Rodríguez. Y no es el único caso de jefe comunal "testimonial" que afrontará competencia del propio palo.
Por debajo de lo que se ve, esos traumáticos procesos incluyeron tironeos, discusiones y peleas que no habrán incluido huevazos pero que sembraron una excesiva cuota de tensiones y, en algunos casos, de violencia apenas contenida en el seno de algunos de esos espacios. Climas que contribuyen a que, como se decía, el proceso electoral en sí mismo se haya convertido en un polvorín en el que algunos se pasean con los fósforos -por ahora apagados- en la mano.(Fuente: EL DIA)