Un antecedente de violencia de género e inoperancia de la justicia

Laura tuvo que irse de la ciudad: "Los funcionarios judiciales y la policía de Rojas son impunes, no tienen perspectiva de género"

“Sufrí violencia de género, pero también violencia institucional”, cuenta Laura. Tras el femicidio de Úrsula Bahillo, los recuerdos se remueven y agolpan.
“Sufrí violencia de género, pero también violencia institucional”, cuenta Laura. Tras el femicidio de Úrsula Bahillo, los recuerdos se remueven y agolpan.

Laura escapó a Rosario el sábado 17 de mayo de 2013, luego de que la echen de la comisaría y el juez de Paz de la ciudad no le tome la denuncia contra su ex pareja, padre de su hija más chica, por golpes, destrucción de su casa, amenaza de muerte e incumplimiento de la perimetral, según el diario Página 12.

Es odontóloga, madre de dos chicas y el femicidio de Úrsula Bahillo le hizo recordar la complicidad de la justicia y la policía con su agresor, una persona que es influyente en el pueblo.

El juez de Paz. Omar Fernández, dio la orden de no tomarle las denuncias y Laura se fue de Rojas con ayuda de agentes estatales de Junín y de la provincia de Buenos Aires.

Una vez que llegó a Rosario, donde estudió odontología, la pusieron en contacto con Norma López, concejala del Frente para la Victoria. Laura alquiló una casa en la que solamente pudo estar tres días porque cuando entró había un policía en la puerta que la llamó por su nombre.

Al tiempo Laura supo que el juez Fernández llamó a su par de Rosario, el juez de familia Manuel Rosas, y le pidió que la obligue a Laura a volver pero eso no sucedió.

Al día siguiente de que un policía la llame por su nombre al entrar a su casa, Laura se dirigió a un refugio para mujeres víctimas de violencia de género, en donde estuvo ocho meses porque seguía corriendo peligro.

“El refugio sirvió para que no me encontrara y porque había que detener al juez de Rojas, que pedía la restitución de la niña”, cuenta Laura. Después, empezó a limpiar casas por hora. Había dejado sus pacientes y su consultorio en Rojas. “Sufrí violencia de género, pero también violencia institucional”, es lo primero que dice. Tras el femicidio de Úrsula Bahillo, los recuerdos se remueven y agolpan.

“Me acordé de muchas cosas, es muy difícil irse, perder todo, abandonar… borrarse. Mis hijas y yo nos borramos, tuvimos que desaparecer”, cuenta Laura ahora que pudo construir una vida "feliz" para ella y sus hijas. A Rojas sólo puede volver a escondidas. Allí viven su padre y uno de sus hermanos.

Laura es docente de la Facultad de Odontología de la Universidad Nacional de Rosario. Tras instalarse en Rosario debió afrontar un juicio oral por la denuncia del violento que la acusó de secuestro. Fue absuelta con un fallo ejemplar del Tribunal.

El agresor de Laura fue condenado a tres años de prisión, pero obtuvo una suspensión del juicio a prueba. “No sé ni siquiera si la cumplió. No se hizo una verdadera justicia, él tendría que haber terminado preso. Pero es la mujer la que termina encerrada y cuestionada. Yo no soy libre de volver a Rojas, de tomar un café, de escuchar al coro al que pertenecía. Yo logré sobrevivir en Rosario y soy feliz, mis hijas son felices, pero no somos libres”, expresa Laura.

 “Lo importante de mi caso es que nos corramos de la violencia de él, que es típica de un violento, para subrayar la violencia institucional que había, la complicidad policial y judicial”, cuenta la mujer.

Antes de escapar de la ciudad Laura supo que si se quedaba viviendo en Rojas no tendría paz ni justicia.

En una ocasión que su hija se enfermó, una fiscal auxiliar que continúa en el cargo fue con cuatro policías y permitieron que su agresor entre a la casa a pesar de contar con una orden de restricción, para corroborar que Laura no estuviera mintiendo y si era cierto que su hija estaba enferma.

Las ayudantes fiscales (el fiscal general está en Junín) son Nora Fridblat y Elizabeth Berbeni, las mismas que hoy cumplen funciones. En tanto, Fernández se jubiló en 2016, pero Laura comprueba con desazón que el nuevo juez, Luciano Calligari, no tiene mayor interés en la vida de las mujeres.

“Iba a la polícia y me echaban, desde adentro de la comisaría me decían que me fuera, porque ellos tenían la orden del juez de no tomarme la denuncia”, cuenta Laura. Su agresor era muy amigo del comisario.

Acorralada por la violencia de su expareja y del estado, Laura se fue. “El juez de Rojas pensó que yo jamás me iba a escapar, que yo jamás me iba a animar a dejar todo, mi consultorio, mi vida. Subestimó mi capacidad”, afirma ahora.

La importancia de tejer redes de contención

Según Página 12, Laura menciona a distintas personas que la ayudaron. Una red tejida entre las provincias de Buenos Aires y Santa Fe.

Una es Norma López, quien sostuvo que “Laura estaba huyendo para salvar su vida”. Y agrega: "Yo entro en contacto con Laura porque me llama Ana María Suppa, que estaba en la Dirección de Género de la provincia de Buenos Aires y me dijo que necesitaban una mano. Ahí entramos en un mundo de aprendizaje y absoluta sororidad. Tuvimos que modificar, pelear, cambiar. Fui testigo en el juicio que el agresor inició a Laura",

Para Norma "Úrsula tuvo coraje, denunció a su femicida 18 veces, lo que no tuvo fue la red de contención que pudimos armar con Laura". 

La primera persona que Laura vio en Rosario fue Mercedes Pagnutti, del equipo de género de la concejala López. La veterana activista feminista se dio cuenta de la gravedad del peligro que corría Laura ni bien vio el papel con la orden del juez para desoír las denuncias.

Otro eslabón del tejido fue la abogada feminista Natalia Suárez, quien le advirtió que necesitaban cobertura estatal, porque ella sola no podría protegerla y recurrieron al Área de la Mujer de la Municipalidad de Rosario, que la trasladó al refugio. 

Una vez que logró mudarse a una casa, Laura recurrió al decano de Odontología, Darío Masia y a Claudia Lescano, quienes fueron compañeros de estudios.

 “Es difícil el exilio”, expresa Laura angustiada. “Lo importante en este caso es la complicidad de la policía, un juez que prohibía que me tomaran denuncias, donde había pericias desfavorables, una nena que pedía por favor que no quería ver al padre y el juez no lo tomaba en cuenta”, agrega.

Laura sabe hoy que irse fue la forma de luchar por su vida. “Si yo no me hubiese escapado de Rojas no sé…” responde. Para ella lo de Úrsula tarde a temprano iba a pasar.

“Los funcionarios y las funcionarias judiciales y la policía de Rojas tienen tanta impunidad. No tienen perspectiva de género, no les importa la vida de las pibas, ni siquiera les da miedo quedarse sin trabajo”, sostiene Laura, quien pudo irse y ahora lo puede contar.

Comentarios