Pretende abonar el 50 por ciento de la indemnización y en cuotas

Se agrava la situación de los despedidos: Almar muestra su verdadera hilacha

Somos pocos y nos conocemos mucho.
Somos pocos y nos conocemos mucho.

Disfrazándose de "buenos corderitos de Dios", en un comunicado los responsables de Almar culpan a otros de su impericia y avaricia. Poco tardaron en mostrar su verdadera cara de empresarios, que lo son sólo porque nacieron hijos de empresarios y nunca se preocuparon por averiguar cómo es el natural proceso humano de obtener las cosas como resultado del trabajo, esfuerzo y superación personal.

Quienes sí viven estas situaciones, más allá de haber crecido en un hogar de acaudalados hombres de negocios, son capaces luego, de comprender los sentimientos de un operario que pone lo mejor durante más de veinte años, no sólo por su propio bienestar, sino a veces cediendo derechos para que la empresa que les brinda trabajo pueda continuar existiendo.

Y esto es lo que ocurrió en esta empresa de familiares de Almar, donde en los últimos tiempos vienen subsistiendo solo por el sacrificio de sus obreros, que finalmente no sólo no fueron reconocidos por este apoyo, sino que fueron echados despiadadamente bajo la excusa de la reestructuración, haciéndoles creer nuevamente que ellos son buenos cristianos y les reconocerían hasta el último peso que les corresponde.

Solo crueles palabras, que la realidad de su actitud en la primera audiencia en el Ministerio de Trabajo se encargó de dejar en evidencia. Estos explotadores, amos, dueños y señores de un feudo que edificaron con trozos de la vida de cada operario, les ofrecieron casi como una limosna divina un 50 por ciento de lo que les corresponde y a pagar en comodísimas 18 cuotas.

Ante tal atropello a la dignidad del hombre, se acaban las palabras.

Dejemos a estos tristes personajes con sus miserias que ya le rendirán cuentas a Dios de sus actos y reaccionemos como una sociedad comprometida con el dolor de familias, que podrían ser nuestros padres, hijos, nietos o amigos. Y luchemos junto a ellos para que quienes tienen la autoridad de hacer cumplir las normas lo hagan, sin importar las clases sociales superiores a las que aquellos creen pertenecer.

En pueblos como el nuestro, donde como dice el dicho popular “somos pocos y nos conocemos mucho”, no se debe actuar con la hipocresía de querer quedar bien con Dios y con el Diablo.

Nuestros respetos y solidaridad con estos trabajadores y sus familias.

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